miércoles, 18 de mayo de 2011

Melaten, un lugar para el recuerdo

Camino a Colonia el Sábado pasado, estuve dándole vueltas a varias opciones para pasar el día, y al final me decidí por el Cementerio de Melaten. Aunque vuestra primera reacción sea la de pensar que mi elección fue un tanto siniestra, os aseguro que es un lugar digno de verse; de hecho, durante el tiempo que estuve allí, me crucé con varios grupos turísticos que, como yo, querían empaparse del arte y la historia que encierran esos viejos muros.

Mucho antes de la inauguración del cementerio, los terrenos de Melaten ya eran un lugar de muerte, y de muerte violenta, además. Allí tenían lugar las ejecuciones públicas de la ciudad durante la Edad Media. Allí fueron quemados, en 1529, los protestantes Peter Fliesteden y Adolf Clarenbach por profesar su fe. Allí fue también donde, a principios del s. XVII, se asesinó a más de 30 mujeres y niñas en pleno frenesí de caza brujas. La última persona que murió ejecutada en aquel lugar fue el ladrón de iglesias Peter Eick, en 1797.

El nombre de Melaten viene de melade (enfermo, en francés), y fue dado porque en sus terrenos, entonces las afueras de Colonia, había una leprosería. A sus moradores sólo se les permitía salir para mendigar durante ciertos días festivos, y siempre precedidos por un funcionario que ponía sobre aviso a los habitantes de la ciudad. El asilo se cerró en 1767, al estar la lepra prácticamente erradicada, y sus edificios fueron usados como workhaus (casa de trabajo, en alemán; un lugar donde se daba alojamiento y comida a los pobres y marginados sociales a cambio de su trabajo). En 1801, la residencia de la calle Wahlengasse (hoy Waisenhausgasse) se compró para convertirla en orfanato.

La ocupación francesa de 1794 supuso muchos cambios para los habitantes de Colonia. En 1804, Napoleón publicó el Décret sur les sépultures, que prohibía, por motivos de higiene, los entierros en el interior de las ciudades, pueblos y edificios cerrados. El gobierno municipal compró entonces una parcela en los terrenos de la antigua leprosería y, finalmente, en 1810 tuvo lugar la inauguración del Cementerio de Melaten: Colonia tenía por fin su cementerio principal. Aunque claro, no estaba abierto a todo el mundo: hasta 1829, sólo los católicos podían ser enterrados allí. A los protestantes se les enterraba en el antiguo Cementerio Geusen (situado en el barrio de Weyertal, a las afueras de la ciudad), y a los judíos se les enterraba en el barrio de Deutz (también a las afueras).

En Melaten descansa un gran número de celebridades del mundo de la industria, la cultura, el espectáculo... Allí conviven historias individuales y familiares con la historia de la ciudad. Diversos conflictos bélicos quedan registrados en sus respectivos monumentos conmemorativos: la guerra contra Napoleón, la Guerra Austro-Prusiana, la Guerra Franco-Prusiana y, por supuesto, la I y II Guerra Mundial. Me llamaron la atención 96 tumbas, todas iguales y con la misma fecha de defunción. Resultaron pertenecer a víctimas de la “Operación Milenio”, llevada a cabo por la Royal Air Force, y en la que 1000 bombarderos atacaron Colonia durante la noche del 30 al 31 de Mayo de 1942. La operación dejó la ciudad prácticamente destrozada (la propia RAF calificó de “impresionante” la lista de edificios afectados), y se llevó por delante la vida de 469 personas, de las que casi el 90 % eran civiles.

Observé que en muchas de esas lápidas aún se depositan flores, y eso fue lo que me apenó especialmente: después de casi 70 años, aún hay gente que llora por aquello. Fue algo similar a lo que sentí hace años en un viaje que hice a Normandía y Bretaña cuando, tras visitar el cementerio americano de Colleville-sur-Mer (sí, ese que sale en “Salvar al soldado Ryan”), fui al cementerio alemán de Mont-de-Huisnes. El primero me transmitió patriotismo, el segundo sólo tristeza, pero esa… es otra historia. Aquí os dejo ahora, y para vuestro disfrute, las fotos que hice el pasado Sábado en Melaten, tomándome, eso sí, la licencia de pasarlas a blanco y negro a modo de experimento artístico.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Tras las huellas de Agripina

La primera vez que tomé parte en una visita guiada por la ciudad de Colonia, confieso que quedé sorprendida por la cantidad de arquitectura romana allí presente. Au contraire, Colonia fue el “ojito derecho” de muchos emperadores, por lo que en realidad a nadie debería extrañarle que cada cierto tiempo se descubran nuevos yacimientos. Fue el lugar de nacimiento de Agripina la Menor (15-59 d. C.); para más señas, hermana del emperador Calígula, esposa del emperador Claudio y madre del emperador Nerón (ya sabéis, aquél de quien se dice que incendió Roma para reconstruirla a su gusto, al tiempo que cantaba y tocaba su lira). Agripina, una mujer cuyos tejemanejes y conjuras darían para escribir libros enteros, pero a quien, en cierto modo, Colonia le debe lo que es hoy. Y así, durante 2 Sábados consecutivos, me fui en pos de sus huellas.

Roma fue fundada en el año 753 a. C., y su poder se extendió durante siglos por todo el Mediterráneo. Cuando Julio César conquistó las Galias (58-51 a. C.), el Rin se convirtió en la frontera oriental. En 27 a. C., Augusto legalizaría su posición como autócrata de facto, es decir, se proclamó el primer emperador. Los ubios, tribu germánica que habitaba a la derecha del Rin, se establecieron en la otra orilla, forjando una alianza con los romanos, y para el año 7 a. C., ya se habría consolidado un asentamiento urbano que recibiría el nombre de Oppidum Ubiorum (ciudad de los ubios). La estrepitosa derrota de Varo a manos de Arminio el Querusco frenaría la expansión romana en Germania, y confirmaría al Rin como frontera fluvial. Tiberio, comandante en jefe del ejército del Rin, y proclamado emperador en el año 14 d. C., sería responsable de la construcción de uno de los mejores ejemplos de arquitectura romana en esta ciudad: el Pretorio (tipo de construcción originalmente destinada al comandante supremo de un ejército, aunque posteriormente también sería ocupada por los gobernadores), edificio que iría renovándose y ampliándose en los siglos siguientes.

En el año 15. d. C. nació Agripina, hija de Germánico, comandante en jefe de las tropas del Rin. A los 34 años, Agripina contrajo terceras nupcias con su tío, el emperador Claudio. Éste, convencido por su mujer, elevó a Oppidum Ubiorum al rango de colonia romana, y la renombraría como Colonia Claudia Ara Agrippinensium. El año 85 vería el nacimiento de las provincias Germania Inferior y Germania Superior, convirtiéndose Colonia en capital de la primera. La ciudad conocería su máximo esplendor en los s. II-III d. C., siendo visitada a menudo por sucesivos emperadores, algunos de los cuales la escogerían como lugar de residencia. Uno de ellos fue Póstumo, autoproclamado emperador del Imperio Galo en 259 (absurdo arranque independentista que, por otra parte, duraría poco más de una década), cuya capital estableció en Colonia. El emperador Constantino también pasó grandes temporadas allí, y promovió otra de sus grandes construcciones: el fuerte Castrum Divitium, edificado entre 310-315 en la orilla derecha del Rin, y comunicado con el otro lado por el puente que llevaba su nombre.

Los francos tomaron Colonia en 355, quedando ésta prácticamente destruida, aunque el emperador Juliano el Apóstata la recuperaría apenas un año después. La ciudad se reconstruyó y se erigieron otros edificios emblemáticos como la Iglesia de San Gereón (martirizado allí por decapitación, y quien, según creo es, curiosa e irónicamente, el santo patrón contra las migrañas). Finalmente, a principios del s. V, las tropas romanas perdieron definitivamente el control de la región y hubieron de partir hacia Italia. Colonia pasaría irremediablemente a manos de los francos.

Hasta aquí la historia romana de la ciudad. Durante mi andadura, por cierto, me quedé con ganas de visitar las tumbas de Köln-Weiden (s. II d. C.), cerradas por reformas (¿?) Aunque bueno, siempre me queda el consuelo de haber visto en Roma las catacumbas genuinas, las de San Calixto, donde un encantador sacerdote nos guió en una visita a mi acompañante y a mí, a pesar de llegar al límite del horario de cierre, pero esa es otra historia. Y aunque el nombre de Ciudad Eterna es inherente a la capital italiana, la huella de Agripina la Menor sí que permanece eterna e imborrable en Colonia Claudia Ara Agrippinensium. Y para muestra, un botón… ¡disfrutad de las fotos!

jueves, 28 de abril de 2011

Beate Uhse, de la Luftwaffe al erotismo

Aquel que haya estado en Alemania y paseado por alguna de sus calles quizá reconozca el local de la fotografía. De hecho, esta o similar estampa puede observarse hasta un total de 260 veces sólo en Europa, y es que Beate Uhse AG es la empresa líder del mercado erótico. Sin embargo, hay algo de dicha empresa que no es tan conocido y que a mí (he de admitirlo) me fascinó desde el principio: la historia de su fundadora. Y es que ¿cómo reaccionaría cualquiera que se enterara de que quien abrió el primer sex-shop del mundo fue otrora piloto profesional de reconocido prestigio?

Beate Uhse-Rotermund (de soltera Köstlin) nació en 1919, y aunque en un principio sus padres no vieron con buenos ojos que se dedicara a la aviación (¡una mujer!), a los 17 años logró cumplir su sueño: obtuvo su licencia de piloto profesional, siendo la única fémina de su promoción en lograrlo. Como piloto de acrobacias, Beate ganó varios concursos internacionales, y al estallar la II Guerra Mundial, se unió a la Luftwaffe, donde manejó diversos aviones de combate. En 1945 pilotaba el último avión que consiguió escapar de una Berlín sitiada por el Ejército Rojo, llevando a bordo a su hijo de 2 años (nacido del matrimonio con su antiguo instructor de vuelo, muerto en un accidente de aviación un año antes). A Beate, refugiada en Nordfriesland, los aliados le prohibieron volver a ejercer de piloto, así que se trasladó a Flensburg y comenzó a trabajar como representante de ventas.

Durante sus viajes de trabajo, conoció muchos casos de embarazos no deseados entre sus clientas, una verdadera catástrofe habida cuenta de la miseria de la postguerra. Por aquel entonces no existían los anticonceptivos, así que en 1946 Beate publicó un panfleto titulado “Schrift X” donde explicaba el método de anticoncepción natural Knaus-Ogino. Esto fue sólo el principio. Apenas un año después, ya había vendido 20,000 ejemplares, y en 1948, Beate (que, curiosamente, comenzó su andadura erótica en el bajo de la casa de un párroco, donde vivía de alquiler) inauguró su negocio de venta por correo. Contrajo matrimonio de nuevo y, con ayuda de su marido (del que se separaría en 1972), amplió su gama de productos. En 1962, Beathe Uhse abriría el primer sex-shop del mundo bajo el nombre “Beate Uhse – Casa especializada para higiene marital” donde se ofrecían preservativos, libros, lencería, estimulantes... El negocio estuvo durante mucho tiempo al borde de la legalidad debido a los tabúes de la época; en un país donde la venta de preservativos a solteros estaba tipificada como “incitación a la inmoralidad”, Beate tuvo que hacer frente a unos 2000 procesos judiciales a lo largo de 40 años. Eso la animó más, y en 1971 la compañía ya tenía 25 sucursales en Alemania. A mediados de los 70, las leyes contra la pornografía se relajaron, y en 1981 la empresa se refundó como sociedad anónima y diversificó mercado. En 1999 Beate Uhse AG salió a bolsa, lo que supuso el primer paso para la internacionalización: primero Holanda, luego el resto de Europa, y finalmente por todo el mundo. Beate Uhse, 2 veces pionera, murió en 2001 a causa de una neumonía, dejando tras de sí un imperio erótico que, pese a críticas de feministas y demás doctores de la moral, hizo más libre y colorida la salud sexual de los alemanes. Y todo comenzó cuando en su día… le prohibieron seguir pilotando aviones.

Por cierto, dado que me he propuesto no publicar en este blog ninguna foto que no haya sido hecha con mi cámara, no me resulta posible, por razones obvias, mostrar una imagen relacionada con la primera vida de Beate Uhse. Sin embargo, sí se me permitió tomar unas instantáneas en la tienda de Colonia en la que entré para (aunque no os lo creáis) documentarme sobre esta historia. Allí me dijeron que Frau Uhse fue una gran mujer, y que hasta el último momento visitó periódicamente las muchas sucursales de su negocio. Una gente encantadora los encargados de la tienda, casi casi como aquel señor que sin venir a cuento me ofreció trabajo en su local mientras yo paseaba tranquilamente por el Roze Buurt de Ámsterdam, pero esa… es otra historia.

jueves, 21 de abril de 2011

Mi nombre es Diosa Cibeles

Alemania, las tantas de la noche; acabo de apagar (¡por fin!) la televisión, donde gracias a la ZDF he podido ver lo que no pensé que podría: la final de la Copa del Rey de fútbol, disputada por los eternos rivales de siempre, Barcelona y Real Madrid, Real Madrid y Barcelona. Como una imagen vale más que mil palabras no hará falta que cuente quién ganó, ¿verdad?, así que sin más preámbulos, quisiera compartir con vosotros la carta que en Marzo de 2006 me hizo llegar una vieja amiga, y que yo a su vez remití al blog Ciudadano M de elmundo.es para su publicación. Dado que en este mismo instante me hallo a 1500 km de donde me gustaría estar, esto es, con mi amiga y los suyos, no encuentro mejor momento que éste para compartir con vosotros sus palabras:

Mi nombre es Diosa Cibeles, y actualmente, trabajo como monumento en la madrileña plaza que lleva mi nombre, entre el Palacio de Comunicaciones y el Banco de España. Conseguí este empleo a raíz de un encargo que se hizo al arquitecto español Ventura Rodríguez, que realizó el proyecto entre los años 1777 y 1782. Aunque en un principio iba a ser destinada a los Jardines de La Granja de San Ildefonso en Segovia, finalmente se me colocó frente al palacio de Buenavista, para acabar en el que hoy es mi actual emplazamiento, que se realizó a 1895.

Traten de ponerse en mi situación, señores. Bien podría comenzar esta misiva con un «érase una vez en un reino de paz y prosperidad», cuando fui construida con un propósito similar al de otras fuentes de la época: proporcionar agua potable. Un buen día, alguien decidió que debía dejar de hacerlo, dado que a principios del s. XX las casas ya empezaban a tener agua corriente. En otras palabras, dejé de ser útil, aunque sucesivas personas trataron de impedir que yo cayera en una depresión realizándome reformas de diversa índole. Nada de ello me llenaba, necesitaba más, quería más. Hasta que llegó el Real Madrid. Club fundado en 1902, se ha destacado a lo largo de su historia por sus triunfos deportivos.

Un buen día, uno de sus seguidores decidió venir a celebrar conmigo una victoria del equipo, supongo que para hacerme compañía. Muchos otros hinchas le siguieron, y lo que en un principio ocurrió de forma espontánea, acabó convirtiéndose en toda una tradición. ¿Os imagináis? Yo, que pasé décadas en el olvido, me convertí en un todo un símbolo del madridismo. Recuerdo con especial emoción el día que el Real Madrid consiguió su 7ª Copa de Europa. Ni en mis mejores sueños habría podido imaginar que miles y miles de personas iban a estar ahí adorándome, festejando, celebrando. La gente llegaba caminando desde el Santiago Bernabeu y otros lugares para acabar rendida a mis pies. Cierto es que, si bien hubo algún que otro vándalo que intentó dañar mi pétrea estructura, era tal la emoción que me embargaba en ese tipo de ocasiones, que los daños colaterales bien poco me importaban.

Un buen día, el Real Madrid dejó de ganar trofeos. Hace ya casi 3 años que no recibo visita alguna. Me aburro. Y no sólo es el aburrimiento, señores; es que empiezo de nuevo a ser víctima del desasosiego al ver que he vuelto a dejar de ser útil. Dado que nunca más seré utilizada para proporcionar agua, sólo me queda seguir trabajado como lugar de culminación de celebraciones deportivas. Pero para eso, y me dirijo ahora a los señores jugadores del Real Madrid, necesito que ustedes consigan victorias. Apriétense el cinturón, corran más, déjense de juergas y dedíquense a lo suyo, porque sin sus triunfos, mi empleo no tiene sentido. Mientras ustedes sigan sin tener un miserable trofeo que llevar a sus vitrinas, lo único que yo puedo hacer es mirar hacia atrás y decir… CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR.


Afortunadamente para mi amiga, hoy no estará sola. Por mi parte... ¡nos vemos a la vuelta de Semana Santa!

martes, 19 de abril de 2011

La bebida de los dioses

Los seguidores de la serie “Los Simpson” quizá recuerden cuando Homer conversa con unos alemanes que dicen venir del “país de la chocolata”. La expresión no anda exenta de razón, ya que Alemania es el segundo país del mundo que más chocolate (y derivados) produce, sólo superado por EEUU. Inaugurado en 1993, el Museo del Chocolate de Colonia es uno de los 10 más visitados de todo el país. El museo guía al visitante no sólo por todo el proceso de fabricación, sino también a lo largo de la historia del delicioso manjar (¡sí, manjar!); posee incluso un jardín tropical en el que crecen una gran variedad de plantas, incluyendo la del cacao. Y ya que el pasado Sábado decidí dejarme caer por allí, permitidme contar parte de la historia.

El árbol del cacao nació en la cuenca del Amazonas, y se cree que los primeros en cultivarlo fueron los olmecas, en torno al 1500-1000 a. C. Los mayas fueron más lejos, ya que no sólo crearon inmensas plantaciones para el cultivo en masa sobre el 500 a. C., sino que además lo introdujeron en el mercado azteca. Tanto mayas como aztecas empleaban el cacao como medio de pago, con fines medicinales y, especialmente, como ofrenda a los dioses. Elaboraban una bebida a base de semillas de cacao, pimienta y chile, que era consumida por las clases dirigentes y por los sacerdotes durante los rituales religiosos. Esa “bebida de los dioses” fue bautizada por los aztecas como xoco-atl (xoco = amargo, atl = agua), y era considerada como fuente de sabiduría y energía (y sí, también como afrodisíaco); de hecho, se sabe que el emperador Moctezuma II (1466-1520) y sus guerreros la bebían en grandes cantidades.

Se dice que en 1502, en el transcurso del cuarto de sus viajes, Cristóbal Colón probó la bebida y no quedó demasiado impresionado. No sería hasta 1528 cuando el “oro marrón” cruzaría el charco gracias a Hernán Cortés, quien lo introduciría en la corte del emperador Carlos V (1500-1556). De hecho, cuenta la historia que un monje cisterciense acompañó a Hernán Cortés a México y envió el primer cacao, junto con la receta del chocolate, al abad del Monasterio de Piedra (Zaragoza), en cuya cocina se elaboró el delicioso manjar (¡sí, insisto!) por primera vez en Europa. Por ello, resulta curioso que, durante un tiempo, la Iglesia Católica se preguntara si el consumo de chocolate era pecado debido al placer que proporcionaba; durante los s. XVI y XVII el asunto se convirtió en cuestión teológica de primer orden, la cual no fue resuelta de forma definitiva hasta el pontificado del Alejandro VII (1599-1667).

La bebida, a la que se le añadió azúcar y miel para adaptarla al paladar de la corte española, pronto se popularizó entre los estratos más altos de la sociedad, y en el s. XVIII su consumo (aún en forma de bebida caliente) ya se había extendido entre las cortes de toda Europa. Sin embargo, no sería hasta el advenimiento de la Revolución Industrial (s. XVIII-XIX) cuando dejaría de considerarse un alimento exclusivo de ricos. La invención de la máquina de moldeo en 1846 permitió la manufacturación de barras de chocolate, y con ello, se abrieron las puertas de la producción industrial en masa, dando lugar a la infinita gama que podemos disfrutar en nuestros días.

Y aunque hoy en día la fama la tengan los suizos, los belgas o incluso los alemanes, no hay que olvidar que fueron unos monjes españoles los primeros europeos en preparar esa “bebida de los dioses”. Al menos eso fue lo que me dijeron hace unos años, cuando fui a visitar el bello, bellísimo, Parque Natural Monasterio de Piedra y su antiguo monasterio. Pero esa… es otra historia. Disfrutad ahora de las fotos que tomé en el Museo de Chocolate de Colonia, en algunos momentos con no poco esfuerzo debido a una total turbación de mis sentidos. Creo que es hora de reconocer mi adicción al chocolate, si es que aún no os habéis percatado de ello…

lunes, 11 de abril de 2011

Tutankhamón, juventud y misterio

El Antiguo Egipto es algo que me apasiona, y por tal motivo decidí dejarme caer el pasado Sábado por la exposición “Tutankhamón: la tumba y sus tesoros” que tiene lugar en Colonia. Dice el refrán: por el hilo se saca el ovillo; sin embargo, la excepción parece confirmarse en todo lo relacionado con aquel faraón muerto sobre el 1324 a.C. a la edad de 19 años, y es que son muchos los misterios que aún rodean su figura.

Lo primero que quizá os preguntéis es la razón de que alguien cuyo reinado apenas duró una década llegara a convertirse en uno de los faraones más emblemáticos. Lo cierto es que poco se sabía de Tutankhamón antes de que Howard Carter descubriera su tumba en 1922 tras varios años de búsqueda. Los continuos saqueos de tumbas (muchos de ellos, poco después del entierro) hicieron que la mayoría de los tesoros contenidos en ellas se perdieran para siempre. Sin embargo, aquellos que quisieron saquear la de Tutankhamón fueron sorprendidos muy a tiempo, y la tumba quedó finalmente sepultada en el olvido. Por ello, cuando Carter logró acceder al complejo funerario se encontró con un tesoro de valor incalculable, y hasta la fecha documentado como el único caso de sepulcro real conservado intacto. Eso explica en gran medida la fama que tiene Tutankhamón. Como anécdota, contaros que a pesar de los todos los objetos hallados, su tumba no fue la más grandiosa de las que se construyeron. El faraón murió de repente, sus funerales tuvieron que improvisarse y hubo de enterrársele en una tumba en principio destinada a otra personalidad, como sugieren las dimensiones demasiado modestas en comparación con lo habitual.

La Dinastía XVIII (aprox. 1550-1295 a. C.) dio comienzo al Imperio Nuevo de Egipto, y fue una de las más poderosas. De Tutankhamón se sabe a ciencia cierta que ascendió al trono cuando apenas tenía 9 ó 10 años, así que el gobierno efectivo lo ejercieron sus ministros, por cuya influencia el faraón desplazó el culto al dios Atón, restauró el culto tradicional a Amón (acabando así con el primer intento de culto monoteísta de la historia, impulsado por Akenhatón), y cambió su nombre de Tutankhatón a Tutankhamón.

El primer interrogante surge en torno al linaje del faraón-niño. Durante muchos años se discutió sobre quién podría haber sido su padre, barajando Amenhotep III o Akhenatón como las más firmes opciones. Un estudio genético llevado a cabo por el Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto y publicado en 2010 por la revista JAMA identificó a las momias KV55 y KV35YL como los padres de Tutankhamón (a su vez, hermanos entre sí), a Amenhotep III y KV35EL como sus abuelos y a Yuya y Tuya como sus bisabuelos. Asimismo, dicho estudio concluyó que la momia conocida como KV55 era la de Akhenatón, con lo que el misterio parecía estar resuelto. No obstante, otras voces pusieron en duda estas afirmaciones, sosteniendo la teoría de una rama familiar alternativa.

La segunda de las grandes incógnitas es la causa de su muerte. Un estudio con rayos X determinó en 1968 que la momia presentaba una inflamación en el cráneo, lo que indicaría que Tutankhamón habría muerto de un golpe en la cabeza, quizá asesinado. Sin embargo, un TAC efectuado en 2005 desechó esa idea, revelando la existencia de una fractura en la pierna izquierda, causada probablemente por un accidente de caza, con lo que el faraón habría muerto de la hemorragia o de la infección posterior. En el estudio publicado en la revista JAMA en 2010, sin embargo, se reveló que Tutankhamón sufría múltiples afecciones como resultado de la endogamia (habitual en aquella época entre miembros de la familia real). El joven faraón adolecía de varias enfermedades óseas y de malaria, ninguna de ellas causa directa de la muerte, pero quizá sí que contribuyeron tras la fractura de la pierna. El Instituto Bernhard Nocht de Medicina Tropical de Hamburgo discrepó, no obstante, sosteniendo que Tutankhamón murió de problemas en la sangre.

Todo lo anterior parece indicar que la discusión acerca de Tutankhamón y sus circunstancias aún no ha llegado a su fin. Por cierto, quiero señalar que, a pesar de lo magníficamente bien montada que está la exposición de Colonia, todos los objetos mostrados son reproducciones. Los originales se exhiben en el Museo de El Cairo, el cual tuve la oportunidad de visitar como parte de un magnífico viaje que hice por la Tierra de los Faraones hace años, pero esa es otra historia. No obstante, servíos si gustáis de echar un vistazo a las fotos que tomé el Sábado.

martes, 5 de abril de 2011

Visita al Zoo de Colonia

Sábado al mediodía, un día precioso y ganas de pasear. Me encantan los animales, así que con las mismas me fui al Zoo de Colonia. Una vez allí pude encontrar a mucha gente que, como yo, iba a pasar el día con su cámara de fotos o un libro, y es que el tiempo acompañaba. Y como hacía un año que el Zoo había celebrado su 150 aniversario, curiosa por naturaleza, eso me dio pie a querer indagar un poco en el origen de los parques zoológicos. He aquí el resultado de mis pesquisas…

Las primeras referencias a las antiguas menangeries (casas de fieras) se remontan al Antiguo Egipto, donde extraños enterramientos de animales en Hieracómpolis fechados en torno al 2500 a. C. apuntan a la existencia de colecciones recabadas por los grandes gobernantes como símbolo de su poder. En China, el rey Wen Wang (s. XI a. C.) mandó construir un gran parque de animales al que puso por nombre Ling-Yu (Jardín de Inteligencia); allí se exhibieron por primera vez los hoy tan cotizados osos panda. Otras colecciones famosas fueron las del rey Salomón (s. X a. C.), Semíramis de Asiria (s. IX a. C.), o Nabucodonosor II de Babilonia (s. VI a. C.). Es bien sabido que Alejando Magno (s. IV a. C.) solía enviar a Grecia los animales que capturaba en sus expediciones militares. Es más: mientras que egipcios y romanos eran más dados a los espectáculos públicos de animales, los griegos se dedicaban a su estudio. Ya en la Edad Media, destacan las colecciones del emperador Carlomagno (s. VIII), Enrique I de Constantinopla (s. XIII), y Felipe VI de Francia (s. XIV). Al otro lado del charco, Hernán Cortés quedaría maravillado al descubrir la impresionante colección que el emperador azteca Montezuma II (s. XV) hizo reunir desde todos los rincones de su imperio.

Dando un salto a la era moderna llegamos a Viena, donde en 1752 se inauguró el zoo más antiguo del mundo. Claro que como colección privada del emperador Francisco I, y no sería hasta 1778 cuando se abrirían las puertas al pueblo llano, aunque sólo los Domingos y para “personas considerablemente elegantes”. En 1828, la ZSL inaugura el Zoo de Londres, aunque esperaría hasta 1847 para abrir las puertas al público en general: es el primer zoológico científico del mundo. Ya en mi querida Alemania, y tras las inauguraciones del Zoo de Berlín (1844) y del Zoo de Frankfurt (1858), tiene lugar la apertura del Jardín Zoológico de Colonia en 1860.

Desde su inauguración, el Zoo de Colonia ha ido añadiendo diferentes pabellones para los muy diversos huéspedes, destacando la antigua casa de elefantes de estilo morisco (1863), y la “Casa de Sudamérica” (1899). Durante la I Guerra Mundial (1914-1918) y la Gran Depresión (años 30) se paralizó la construcción, y la ciudad de Colonia tuvo que hacerse con la mayor parte de las acciones para evitar el cierre. Es bien sabido que la II Guerra Mundial (1939-1945) arrasó Alemania en todos los sentidos, y la mayoría de los parques zoológicos del país quedaron destruidos prácticamente por completo. En 1960 finalizó la reconstrucción del Zoo de Colonia coincidiendo con su 100 aniversario. Como anécdota, el nacimiento en 2006 de Marlar, primer bebé del nuevo parque de elefantes, supuso todo un acontecimiento, y hasta la fecha tan tierno evento ostenta el record de visitas del Zoo. Ella es, sin duda, la preferida de los visitantes.

No puedo culpar a la gente por acudir en masa a ver a una elefantita, yo la vi apenas un año después de su nacimiento y era una ricura. De hecho, mi pasión por los animales me llevó a viajar durante 12 horas en tren para ver a la osezna Flocke, estrella del Zoo de Nürnberg, pero esa es otra historia. De momento, os dejo algunas de las fotos que tomé en tan soleado día. ¡Disfrutadlas!