miércoles, 18 de mayo de 2011

Melaten, un lugar para el recuerdo

Camino a Colonia el Sábado pasado, estuve dándole vueltas a varias opciones para pasar el día, y al final me decidí por el Cementerio de Melaten. Aunque vuestra primera reacción sea la de pensar que mi elección fue un tanto siniestra, os aseguro que es un lugar digno de verse; de hecho, durante el tiempo que estuve allí, me crucé con varios grupos turísticos que, como yo, querían empaparse del arte y la historia que encierran esos viejos muros.

Mucho antes de la inauguración del cementerio, los terrenos de Melaten ya eran un lugar de muerte, y de muerte violenta, además. Allí tenían lugar las ejecuciones públicas de la ciudad durante la Edad Media. Allí fueron quemados, en 1529, los protestantes Peter Fliesteden y Adolf Clarenbach por profesar su fe. Allí fue también donde, a principios del s. XVII, se asesinó a más de 30 mujeres y niñas en pleno frenesí de caza brujas. La última persona que murió ejecutada en aquel lugar fue el ladrón de iglesias Peter Eick, en 1797.

El nombre de Melaten viene de melade (enfermo, en francés), y fue dado porque en sus terrenos, entonces las afueras de Colonia, había una leprosería. A sus moradores sólo se les permitía salir para mendigar durante ciertos días festivos, y siempre precedidos por un funcionario que ponía sobre aviso a los habitantes de la ciudad. El asilo se cerró en 1767, al estar la lepra prácticamente erradicada, y sus edificios fueron usados como workhaus (casa de trabajo, en alemán; un lugar donde se daba alojamiento y comida a los pobres y marginados sociales a cambio de su trabajo). En 1801, la residencia de la calle Wahlengasse (hoy Waisenhausgasse) se compró para convertirla en orfanato.

La ocupación francesa de 1794 supuso muchos cambios para los habitantes de Colonia. En 1804, Napoleón publicó el Décret sur les sépultures, que prohibía, por motivos de higiene, los entierros en el interior de las ciudades, pueblos y edificios cerrados. El gobierno municipal compró entonces una parcela en los terrenos de la antigua leprosería y, finalmente, en 1810 tuvo lugar la inauguración del Cementerio de Melaten: Colonia tenía por fin su cementerio principal. Aunque claro, no estaba abierto a todo el mundo: hasta 1829, sólo los católicos podían ser enterrados allí. A los protestantes se les enterraba en el antiguo Cementerio Geusen (situado en el barrio de Weyertal, a las afueras de la ciudad), y a los judíos se les enterraba en el barrio de Deutz (también a las afueras).

En Melaten descansa un gran número de celebridades del mundo de la industria, la cultura, el espectáculo... Allí conviven historias individuales y familiares con la historia de la ciudad. Diversos conflictos bélicos quedan registrados en sus respectivos monumentos conmemorativos: la guerra contra Napoleón, la Guerra Austro-Prusiana, la Guerra Franco-Prusiana y, por supuesto, la I y II Guerra Mundial. Me llamaron la atención 96 tumbas, todas iguales y con la misma fecha de defunción. Resultaron pertenecer a víctimas de la “Operación Milenio”, llevada a cabo por la Royal Air Force, y en la que 1000 bombarderos atacaron Colonia durante la noche del 30 al 31 de Mayo de 1942. La operación dejó la ciudad prácticamente destrozada (la propia RAF calificó de “impresionante” la lista de edificios afectados), y se llevó por delante la vida de 469 personas, de las que casi el 90 % eran civiles.

Observé que en muchas de esas lápidas aún se depositan flores, y eso fue lo que me apenó especialmente: después de casi 70 años, aún hay gente que llora por aquello. Fue algo similar a lo que sentí hace años en un viaje que hice a Normandía y Bretaña cuando, tras visitar el cementerio americano de Colleville-sur-Mer (sí, ese que sale en “Salvar al soldado Ryan”), fui al cementerio alemán de Mont-de-Huisnes. El primero me transmitió patriotismo, el segundo sólo tristeza, pero esa… es otra historia. Aquí os dejo ahora, y para vuestro disfrute, las fotos que hice el pasado Sábado en Melaten, tomándome, eso sí, la licencia de pasarlas a blanco y negro a modo de experimento artístico.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Tras las huellas de Agripina

La primera vez que tomé parte en una visita guiada por la ciudad de Colonia, confieso que quedé sorprendida por la cantidad de arquitectura romana allí presente. Au contraire, Colonia fue el “ojito derecho” de muchos emperadores, por lo que en realidad a nadie debería extrañarle que cada cierto tiempo se descubran nuevos yacimientos. Fue el lugar de nacimiento de Agripina la Menor (15-59 d. C.); para más señas, hermana del emperador Calígula, esposa del emperador Claudio y madre del emperador Nerón (ya sabéis, aquél de quien se dice que incendió Roma para reconstruirla a su gusto, al tiempo que cantaba y tocaba su lira). Agripina, una mujer cuyos tejemanejes y conjuras darían para escribir libros enteros, pero a quien, en cierto modo, Colonia le debe lo que es hoy. Y así, durante 2 Sábados consecutivos, me fui en pos de sus huellas.

Roma fue fundada en el año 753 a. C., y su poder se extendió durante siglos por todo el Mediterráneo. Cuando Julio César conquistó las Galias (58-51 a. C.), el Rin se convirtió en la frontera oriental. En 27 a. C., Augusto legalizaría su posición como autócrata de facto, es decir, se proclamó el primer emperador. Los ubios, tribu germánica que habitaba a la derecha del Rin, se establecieron en la otra orilla, forjando una alianza con los romanos, y para el año 7 a. C., ya se habría consolidado un asentamiento urbano que recibiría el nombre de Oppidum Ubiorum (ciudad de los ubios). La estrepitosa derrota de Varo a manos de Arminio el Querusco frenaría la expansión romana en Germania, y confirmaría al Rin como frontera fluvial. Tiberio, comandante en jefe del ejército del Rin, y proclamado emperador en el año 14 d. C., sería responsable de la construcción de uno de los mejores ejemplos de arquitectura romana en esta ciudad: el Pretorio (tipo de construcción originalmente destinada al comandante supremo de un ejército, aunque posteriormente también sería ocupada por los gobernadores), edificio que iría renovándose y ampliándose en los siglos siguientes.

En el año 15. d. C. nació Agripina, hija de Germánico, comandante en jefe de las tropas del Rin. A los 34 años, Agripina contrajo terceras nupcias con su tío, el emperador Claudio. Éste, convencido por su mujer, elevó a Oppidum Ubiorum al rango de colonia romana, y la renombraría como Colonia Claudia Ara Agrippinensium. El año 85 vería el nacimiento de las provincias Germania Inferior y Germania Superior, convirtiéndose Colonia en capital de la primera. La ciudad conocería su máximo esplendor en los s. II-III d. C., siendo visitada a menudo por sucesivos emperadores, algunos de los cuales la escogerían como lugar de residencia. Uno de ellos fue Póstumo, autoproclamado emperador del Imperio Galo en 259 (absurdo arranque independentista que, por otra parte, duraría poco más de una década), cuya capital estableció en Colonia. El emperador Constantino también pasó grandes temporadas allí, y promovió otra de sus grandes construcciones: el fuerte Castrum Divitium, edificado entre 310-315 en la orilla derecha del Rin, y comunicado con el otro lado por el puente que llevaba su nombre.

Los francos tomaron Colonia en 355, quedando ésta prácticamente destruida, aunque el emperador Juliano el Apóstata la recuperaría apenas un año después. La ciudad se reconstruyó y se erigieron otros edificios emblemáticos como la Iglesia de San Gereón (martirizado allí por decapitación, y quien, según creo es, curiosa e irónicamente, el santo patrón contra las migrañas). Finalmente, a principios del s. V, las tropas romanas perdieron definitivamente el control de la región y hubieron de partir hacia Italia. Colonia pasaría irremediablemente a manos de los francos.

Hasta aquí la historia romana de la ciudad. Durante mi andadura, por cierto, me quedé con ganas de visitar las tumbas de Köln-Weiden (s. II d. C.), cerradas por reformas (¿?) Aunque bueno, siempre me queda el consuelo de haber visto en Roma las catacumbas genuinas, las de San Calixto, donde un encantador sacerdote nos guió en una visita a mi acompañante y a mí, a pesar de llegar al límite del horario de cierre, pero esa es otra historia. Y aunque el nombre de Ciudad Eterna es inherente a la capital italiana, la huella de Agripina la Menor sí que permanece eterna e imborrable en Colonia Claudia Ara Agrippinensium. Y para muestra, un botón… ¡disfrutad de las fotos!