jueves, 28 de abril de 2011

Beate Uhse, de la Luftwaffe al erotismo

Aquel que haya estado en Alemania y paseado por alguna de sus calles quizá reconozca el local de la fotografía. De hecho, esta o similar estampa puede observarse hasta un total de 260 veces sólo en Europa, y es que Beate Uhse AG es la empresa líder del mercado erótico. Sin embargo, hay algo de dicha empresa que no es tan conocido y que a mí (he de admitirlo) me fascinó desde el principio: la historia de su fundadora. Y es que ¿cómo reaccionaría cualquiera que se enterara de que quien abrió el primer sex-shop del mundo fue otrora piloto profesional de reconocido prestigio?

Beate Uhse-Rotermund (de soltera Köstlin) nació en 1919, y aunque en un principio sus padres no vieron con buenos ojos que se dedicara a la aviación (¡una mujer!), a los 17 años logró cumplir su sueño: obtuvo su licencia de piloto profesional, siendo la única fémina de su promoción en lograrlo. Como piloto de acrobacias, Beate ganó varios concursos internacionales, y al estallar la II Guerra Mundial, se unió a la Luftwaffe, donde manejó diversos aviones de combate. En 1945 pilotaba el último avión que consiguió escapar de una Berlín sitiada por el Ejército Rojo, llevando a bordo a su hijo de 2 años (nacido del matrimonio con su antiguo instructor de vuelo, muerto en un accidente de aviación un año antes). A Beate, refugiada en Nordfriesland, los aliados le prohibieron volver a ejercer de piloto, así que se trasladó a Flensburg y comenzó a trabajar como representante de ventas.

Durante sus viajes de trabajo, conoció muchos casos de embarazos no deseados entre sus clientas, una verdadera catástrofe habida cuenta de la miseria de la postguerra. Por aquel entonces no existían los anticonceptivos, así que en 1946 Beate publicó un panfleto titulado “Schrift X” donde explicaba el método de anticoncepción natural Knaus-Ogino. Esto fue sólo el principio. Apenas un año después, ya había vendido 20,000 ejemplares, y en 1948, Beate (que, curiosamente, comenzó su andadura erótica en el bajo de la casa de un párroco, donde vivía de alquiler) inauguró su negocio de venta por correo. Contrajo matrimonio de nuevo y, con ayuda de su marido (del que se separaría en 1972), amplió su gama de productos. En 1962, Beathe Uhse abriría el primer sex-shop del mundo bajo el nombre “Beate Uhse – Casa especializada para higiene marital” donde se ofrecían preservativos, libros, lencería, estimulantes... El negocio estuvo durante mucho tiempo al borde de la legalidad debido a los tabúes de la época; en un país donde la venta de preservativos a solteros estaba tipificada como “incitación a la inmoralidad”, Beate tuvo que hacer frente a unos 2000 procesos judiciales a lo largo de 40 años. Eso la animó más, y en 1971 la compañía ya tenía 25 sucursales en Alemania. A mediados de los 70, las leyes contra la pornografía se relajaron, y en 1981 la empresa se refundó como sociedad anónima y diversificó mercado. En 1999 Beate Uhse AG salió a bolsa, lo que supuso el primer paso para la internacionalización: primero Holanda, luego el resto de Europa, y finalmente por todo el mundo. Beate Uhse, 2 veces pionera, murió en 2001 a causa de una neumonía, dejando tras de sí un imperio erótico que, pese a críticas de feministas y demás doctores de la moral, hizo más libre y colorida la salud sexual de los alemanes. Y todo comenzó cuando en su día… le prohibieron seguir pilotando aviones.

Por cierto, dado que me he propuesto no publicar en este blog ninguna foto que no haya sido hecha con mi cámara, no me resulta posible, por razones obvias, mostrar una imagen relacionada con la primera vida de Beate Uhse. Sin embargo, sí se me permitió tomar unas instantáneas en la tienda de Colonia en la que entré para (aunque no os lo creáis) documentarme sobre esta historia. Allí me dijeron que Frau Uhse fue una gran mujer, y que hasta el último momento visitó periódicamente las muchas sucursales de su negocio. Una gente encantadora los encargados de la tienda, casi casi como aquel señor que sin venir a cuento me ofreció trabajo en su local mientras yo paseaba tranquilamente por el Roze Buurt de Ámsterdam, pero esa… es otra historia.

jueves, 21 de abril de 2011

Mi nombre es Diosa Cibeles

Alemania, las tantas de la noche; acabo de apagar (¡por fin!) la televisión, donde gracias a la ZDF he podido ver lo que no pensé que podría: la final de la Copa del Rey de fútbol, disputada por los eternos rivales de siempre, Barcelona y Real Madrid, Real Madrid y Barcelona. Como una imagen vale más que mil palabras no hará falta que cuente quién ganó, ¿verdad?, así que sin más preámbulos, quisiera compartir con vosotros la carta que en Marzo de 2006 me hizo llegar una vieja amiga, y que yo a su vez remití al blog Ciudadano M de elmundo.es para su publicación. Dado que en este mismo instante me hallo a 1500 km de donde me gustaría estar, esto es, con mi amiga y los suyos, no encuentro mejor momento que éste para compartir con vosotros sus palabras:

Mi nombre es Diosa Cibeles, y actualmente, trabajo como monumento en la madrileña plaza que lleva mi nombre, entre el Palacio de Comunicaciones y el Banco de España. Conseguí este empleo a raíz de un encargo que se hizo al arquitecto español Ventura Rodríguez, que realizó el proyecto entre los años 1777 y 1782. Aunque en un principio iba a ser destinada a los Jardines de La Granja de San Ildefonso en Segovia, finalmente se me colocó frente al palacio de Buenavista, para acabar en el que hoy es mi actual emplazamiento, que se realizó a 1895.

Traten de ponerse en mi situación, señores. Bien podría comenzar esta misiva con un «érase una vez en un reino de paz y prosperidad», cuando fui construida con un propósito similar al de otras fuentes de la época: proporcionar agua potable. Un buen día, alguien decidió que debía dejar de hacerlo, dado que a principios del s. XX las casas ya empezaban a tener agua corriente. En otras palabras, dejé de ser útil, aunque sucesivas personas trataron de impedir que yo cayera en una depresión realizándome reformas de diversa índole. Nada de ello me llenaba, necesitaba más, quería más. Hasta que llegó el Real Madrid. Club fundado en 1902, se ha destacado a lo largo de su historia por sus triunfos deportivos.

Un buen día, uno de sus seguidores decidió venir a celebrar conmigo una victoria del equipo, supongo que para hacerme compañía. Muchos otros hinchas le siguieron, y lo que en un principio ocurrió de forma espontánea, acabó convirtiéndose en toda una tradición. ¿Os imagináis? Yo, que pasé décadas en el olvido, me convertí en un todo un símbolo del madridismo. Recuerdo con especial emoción el día que el Real Madrid consiguió su 7ª Copa de Europa. Ni en mis mejores sueños habría podido imaginar que miles y miles de personas iban a estar ahí adorándome, festejando, celebrando. La gente llegaba caminando desde el Santiago Bernabeu y otros lugares para acabar rendida a mis pies. Cierto es que, si bien hubo algún que otro vándalo que intentó dañar mi pétrea estructura, era tal la emoción que me embargaba en ese tipo de ocasiones, que los daños colaterales bien poco me importaban.

Un buen día, el Real Madrid dejó de ganar trofeos. Hace ya casi 3 años que no recibo visita alguna. Me aburro. Y no sólo es el aburrimiento, señores; es que empiezo de nuevo a ser víctima del desasosiego al ver que he vuelto a dejar de ser útil. Dado que nunca más seré utilizada para proporcionar agua, sólo me queda seguir trabajado como lugar de culminación de celebraciones deportivas. Pero para eso, y me dirijo ahora a los señores jugadores del Real Madrid, necesito que ustedes consigan victorias. Apriétense el cinturón, corran más, déjense de juergas y dedíquense a lo suyo, porque sin sus triunfos, mi empleo no tiene sentido. Mientras ustedes sigan sin tener un miserable trofeo que llevar a sus vitrinas, lo único que yo puedo hacer es mirar hacia atrás y decir… CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR.


Afortunadamente para mi amiga, hoy no estará sola. Por mi parte... ¡nos vemos a la vuelta de Semana Santa!

martes, 19 de abril de 2011

La bebida de los dioses

Los seguidores de la serie “Los Simpson” quizá recuerden cuando Homer conversa con unos alemanes que dicen venir del “país de la chocolata”. La expresión no anda exenta de razón, ya que Alemania es el segundo país del mundo que más chocolate (y derivados) produce, sólo superado por EEUU. Inaugurado en 1993, el Museo del Chocolate de Colonia es uno de los 10 más visitados de todo el país. El museo guía al visitante no sólo por todo el proceso de fabricación, sino también a lo largo de la historia del delicioso manjar (¡sí, manjar!); posee incluso un jardín tropical en el que crecen una gran variedad de plantas, incluyendo la del cacao. Y ya que el pasado Sábado decidí dejarme caer por allí, permitidme contar parte de la historia.

El árbol del cacao nació en la cuenca del Amazonas, y se cree que los primeros en cultivarlo fueron los olmecas, en torno al 1500-1000 a. C. Los mayas fueron más lejos, ya que no sólo crearon inmensas plantaciones para el cultivo en masa sobre el 500 a. C., sino que además lo introdujeron en el mercado azteca. Tanto mayas como aztecas empleaban el cacao como medio de pago, con fines medicinales y, especialmente, como ofrenda a los dioses. Elaboraban una bebida a base de semillas de cacao, pimienta y chile, que era consumida por las clases dirigentes y por los sacerdotes durante los rituales religiosos. Esa “bebida de los dioses” fue bautizada por los aztecas como xoco-atl (xoco = amargo, atl = agua), y era considerada como fuente de sabiduría y energía (y sí, también como afrodisíaco); de hecho, se sabe que el emperador Moctezuma II (1466-1520) y sus guerreros la bebían en grandes cantidades.

Se dice que en 1502, en el transcurso del cuarto de sus viajes, Cristóbal Colón probó la bebida y no quedó demasiado impresionado. No sería hasta 1528 cuando el “oro marrón” cruzaría el charco gracias a Hernán Cortés, quien lo introduciría en la corte del emperador Carlos V (1500-1556). De hecho, cuenta la historia que un monje cisterciense acompañó a Hernán Cortés a México y envió el primer cacao, junto con la receta del chocolate, al abad del Monasterio de Piedra (Zaragoza), en cuya cocina se elaboró el delicioso manjar (¡sí, insisto!) por primera vez en Europa. Por ello, resulta curioso que, durante un tiempo, la Iglesia Católica se preguntara si el consumo de chocolate era pecado debido al placer que proporcionaba; durante los s. XVI y XVII el asunto se convirtió en cuestión teológica de primer orden, la cual no fue resuelta de forma definitiva hasta el pontificado del Alejandro VII (1599-1667).

La bebida, a la que se le añadió azúcar y miel para adaptarla al paladar de la corte española, pronto se popularizó entre los estratos más altos de la sociedad, y en el s. XVIII su consumo (aún en forma de bebida caliente) ya se había extendido entre las cortes de toda Europa. Sin embargo, no sería hasta el advenimiento de la Revolución Industrial (s. XVIII-XIX) cuando dejaría de considerarse un alimento exclusivo de ricos. La invención de la máquina de moldeo en 1846 permitió la manufacturación de barras de chocolate, y con ello, se abrieron las puertas de la producción industrial en masa, dando lugar a la infinita gama que podemos disfrutar en nuestros días.

Y aunque hoy en día la fama la tengan los suizos, los belgas o incluso los alemanes, no hay que olvidar que fueron unos monjes españoles los primeros europeos en preparar esa “bebida de los dioses”. Al menos eso fue lo que me dijeron hace unos años, cuando fui a visitar el bello, bellísimo, Parque Natural Monasterio de Piedra y su antiguo monasterio. Pero esa… es otra historia. Disfrutad ahora de las fotos que tomé en el Museo de Chocolate de Colonia, en algunos momentos con no poco esfuerzo debido a una total turbación de mis sentidos. Creo que es hora de reconocer mi adicción al chocolate, si es que aún no os habéis percatado de ello…

lunes, 11 de abril de 2011

Tutankhamón, juventud y misterio

El Antiguo Egipto es algo que me apasiona, y por tal motivo decidí dejarme caer el pasado Sábado por la exposición “Tutankhamón: la tumba y sus tesoros” que tiene lugar en Colonia. Dice el refrán: por el hilo se saca el ovillo; sin embargo, la excepción parece confirmarse en todo lo relacionado con aquel faraón muerto sobre el 1324 a.C. a la edad de 19 años, y es que son muchos los misterios que aún rodean su figura.

Lo primero que quizá os preguntéis es la razón de que alguien cuyo reinado apenas duró una década llegara a convertirse en uno de los faraones más emblemáticos. Lo cierto es que poco se sabía de Tutankhamón antes de que Howard Carter descubriera su tumba en 1922 tras varios años de búsqueda. Los continuos saqueos de tumbas (muchos de ellos, poco después del entierro) hicieron que la mayoría de los tesoros contenidos en ellas se perdieran para siempre. Sin embargo, aquellos que quisieron saquear la de Tutankhamón fueron sorprendidos muy a tiempo, y la tumba quedó finalmente sepultada en el olvido. Por ello, cuando Carter logró acceder al complejo funerario se encontró con un tesoro de valor incalculable, y hasta la fecha documentado como el único caso de sepulcro real conservado intacto. Eso explica en gran medida la fama que tiene Tutankhamón. Como anécdota, contaros que a pesar de los todos los objetos hallados, su tumba no fue la más grandiosa de las que se construyeron. El faraón murió de repente, sus funerales tuvieron que improvisarse y hubo de enterrársele en una tumba en principio destinada a otra personalidad, como sugieren las dimensiones demasiado modestas en comparación con lo habitual.

La Dinastía XVIII (aprox. 1550-1295 a. C.) dio comienzo al Imperio Nuevo de Egipto, y fue una de las más poderosas. De Tutankhamón se sabe a ciencia cierta que ascendió al trono cuando apenas tenía 9 ó 10 años, así que el gobierno efectivo lo ejercieron sus ministros, por cuya influencia el faraón desplazó el culto al dios Atón, restauró el culto tradicional a Amón (acabando así con el primer intento de culto monoteísta de la historia, impulsado por Akenhatón), y cambió su nombre de Tutankhatón a Tutankhamón.

El primer interrogante surge en torno al linaje del faraón-niño. Durante muchos años se discutió sobre quién podría haber sido su padre, barajando Amenhotep III o Akhenatón como las más firmes opciones. Un estudio genético llevado a cabo por el Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto y publicado en 2010 por la revista JAMA identificó a las momias KV55 y KV35YL como los padres de Tutankhamón (a su vez, hermanos entre sí), a Amenhotep III y KV35EL como sus abuelos y a Yuya y Tuya como sus bisabuelos. Asimismo, dicho estudio concluyó que la momia conocida como KV55 era la de Akhenatón, con lo que el misterio parecía estar resuelto. No obstante, otras voces pusieron en duda estas afirmaciones, sosteniendo la teoría de una rama familiar alternativa.

La segunda de las grandes incógnitas es la causa de su muerte. Un estudio con rayos X determinó en 1968 que la momia presentaba una inflamación en el cráneo, lo que indicaría que Tutankhamón habría muerto de un golpe en la cabeza, quizá asesinado. Sin embargo, un TAC efectuado en 2005 desechó esa idea, revelando la existencia de una fractura en la pierna izquierda, causada probablemente por un accidente de caza, con lo que el faraón habría muerto de la hemorragia o de la infección posterior. En el estudio publicado en la revista JAMA en 2010, sin embargo, se reveló que Tutankhamón sufría múltiples afecciones como resultado de la endogamia (habitual en aquella época entre miembros de la familia real). El joven faraón adolecía de varias enfermedades óseas y de malaria, ninguna de ellas causa directa de la muerte, pero quizá sí que contribuyeron tras la fractura de la pierna. El Instituto Bernhard Nocht de Medicina Tropical de Hamburgo discrepó, no obstante, sosteniendo que Tutankhamón murió de problemas en la sangre.

Todo lo anterior parece indicar que la discusión acerca de Tutankhamón y sus circunstancias aún no ha llegado a su fin. Por cierto, quiero señalar que, a pesar de lo magníficamente bien montada que está la exposición de Colonia, todos los objetos mostrados son reproducciones. Los originales se exhiben en el Museo de El Cairo, el cual tuve la oportunidad de visitar como parte de un magnífico viaje que hice por la Tierra de los Faraones hace años, pero esa es otra historia. No obstante, servíos si gustáis de echar un vistazo a las fotos que tomé el Sábado.

martes, 5 de abril de 2011

Visita al Zoo de Colonia

Sábado al mediodía, un día precioso y ganas de pasear. Me encantan los animales, así que con las mismas me fui al Zoo de Colonia. Una vez allí pude encontrar a mucha gente que, como yo, iba a pasar el día con su cámara de fotos o un libro, y es que el tiempo acompañaba. Y como hacía un año que el Zoo había celebrado su 150 aniversario, curiosa por naturaleza, eso me dio pie a querer indagar un poco en el origen de los parques zoológicos. He aquí el resultado de mis pesquisas…

Las primeras referencias a las antiguas menangeries (casas de fieras) se remontan al Antiguo Egipto, donde extraños enterramientos de animales en Hieracómpolis fechados en torno al 2500 a. C. apuntan a la existencia de colecciones recabadas por los grandes gobernantes como símbolo de su poder. En China, el rey Wen Wang (s. XI a. C.) mandó construir un gran parque de animales al que puso por nombre Ling-Yu (Jardín de Inteligencia); allí se exhibieron por primera vez los hoy tan cotizados osos panda. Otras colecciones famosas fueron las del rey Salomón (s. X a. C.), Semíramis de Asiria (s. IX a. C.), o Nabucodonosor II de Babilonia (s. VI a. C.). Es bien sabido que Alejando Magno (s. IV a. C.) solía enviar a Grecia los animales que capturaba en sus expediciones militares. Es más: mientras que egipcios y romanos eran más dados a los espectáculos públicos de animales, los griegos se dedicaban a su estudio. Ya en la Edad Media, destacan las colecciones del emperador Carlomagno (s. VIII), Enrique I de Constantinopla (s. XIII), y Felipe VI de Francia (s. XIV). Al otro lado del charco, Hernán Cortés quedaría maravillado al descubrir la impresionante colección que el emperador azteca Montezuma II (s. XV) hizo reunir desde todos los rincones de su imperio.

Dando un salto a la era moderna llegamos a Viena, donde en 1752 se inauguró el zoo más antiguo del mundo. Claro que como colección privada del emperador Francisco I, y no sería hasta 1778 cuando se abrirían las puertas al pueblo llano, aunque sólo los Domingos y para “personas considerablemente elegantes”. En 1828, la ZSL inaugura el Zoo de Londres, aunque esperaría hasta 1847 para abrir las puertas al público en general: es el primer zoológico científico del mundo. Ya en mi querida Alemania, y tras las inauguraciones del Zoo de Berlín (1844) y del Zoo de Frankfurt (1858), tiene lugar la apertura del Jardín Zoológico de Colonia en 1860.

Desde su inauguración, el Zoo de Colonia ha ido añadiendo diferentes pabellones para los muy diversos huéspedes, destacando la antigua casa de elefantes de estilo morisco (1863), y la “Casa de Sudamérica” (1899). Durante la I Guerra Mundial (1914-1918) y la Gran Depresión (años 30) se paralizó la construcción, y la ciudad de Colonia tuvo que hacerse con la mayor parte de las acciones para evitar el cierre. Es bien sabido que la II Guerra Mundial (1939-1945) arrasó Alemania en todos los sentidos, y la mayoría de los parques zoológicos del país quedaron destruidos prácticamente por completo. En 1960 finalizó la reconstrucción del Zoo de Colonia coincidiendo con su 100 aniversario. Como anécdota, el nacimiento en 2006 de Marlar, primer bebé del nuevo parque de elefantes, supuso todo un acontecimiento, y hasta la fecha tan tierno evento ostenta el record de visitas del Zoo. Ella es, sin duda, la preferida de los visitantes.

No puedo culpar a la gente por acudir en masa a ver a una elefantita, yo la vi apenas un año después de su nacimiento y era una ricura. De hecho, mi pasión por los animales me llevó a viajar durante 12 horas en tren para ver a la osezna Flocke, estrella del Zoo de Nürnberg, pero esa es otra historia. De momento, os dejo algunas de las fotos que tomé en tan soleado día. ¡Disfrutadlas!

¡¡¡Hola mundo!!!

¿A alguien le ha ocurrido alguna vez querer establecer contacto con un desconocido y no saber cómo comenzar? Ese primer movimiento que puede atascar la mente durante minutos, horas o incluso días, antes de la primera pincelada a un lienzo, la primera cinceladura a un trozo de mármol, o la primera página de una novela. En el caso de los blogs, la cosa cambia bastante, ya que dudo que haya acción más popularizada en una obra de difusión que aquella que da comienzo a una bitácora, y es decir alto y claro: ¡hola mundo!

Un inciso: no vaya a creer nadie que rehúso presentarme, a mí o a mi bitácora, y se me tache de descortés por ello. Para todo aquel que no lo haya hecho aún, le ruego que pinche en la ventana superior “Sobre mí” para que pueda conocer la temática de este blog que nace hoy, y lo que me motivó a comenzarlo. Y ahora, sin más preámbulos, volvamos a lo nuestro…

Aquellos que no estén familiarizados con los lenguajes de programación, quizá no sepan que la expresión “¡Hola mundo!” (“Hello World!” en inglés) es un mensaje de prueba para códigos de programación que se ha venido utilizando desde 1973, fecha en la que Brian W. Kernighan (Laboratorios Bell, New Jersey) usó las palabras “hello” y “world” de forma conjunta en un tutorial de programación en Lenguaje B. Un año después, Kernighan escribiría el tutorial de programación en Lenguaje C, evolución del anterior, que se publicaría en un memorando interno de Laboratorios Bell, y en el que se incluía un programa de ejemplo que imprimía “hello, world”. Finalmente, Brian W. Kernighan y Dennis M. Ritchie publicarían en 1978 el libro de referencia para todo programador en C que se precie: “El lenguaje de programación C”, el cual contenía el mencionado código de prueba que acabó convirtiéndose en toda una tradición en el mundo de la programación.

Hoy en día existen cientos de versiones diferentes en otros tantos lenguajes de programación de una expresión cuya función en el mundo de la informática quizá sólo sea la de probar que un determinado código es correcto, pero que a mí, en esta nueva andadura bloguera, me ha servido, y mucho, para romper el hielo.